Creo que uno
de los objetivos que más daño hace a las vidas de las personas es la “seguridad”.
Somos capaces de hacer casi cualquier cosa para poder tener seguridad, y no arriesgar
nuestro futuro. Hasta condenarnos a un futuro sombrío, pero eso sí
incertidumbre.
“Lo que haces fuera del
trabajo, determinará qué tan lejos llegarás en el trabajo.”
Zig Ziglar
Zig Ziglar
Esta semana ha llegado a mis
manos un minicuento que representa muy gráficamente este pensamiento y que
quería compartir con vosotros.
Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando
vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita
al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de
realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que
obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar constató la pobreza del
sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias,
rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera...
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió: “amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.”
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaquita, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.”
El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaquita era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.
Empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro.
Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaquita): “¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?” El señor entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.”
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió: “amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.”
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaquita, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.”
El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaquita era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.
Empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro.
Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaquita): “¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?” El señor entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.”
A mi juicio, es un pena encontrar
nuestra vaca antes de tiempo, y eso nos impida desarrollar todo nuestro
potencial así poder llegar a nuestro limite.
Me gusta el cuento Manuel. El confort y la seguridad se basan en el temor a explorar nuevas iniciativas. Nos acostumbramos a lo que nos rodea y a veces no somos capaces de ver las posibilidades que tenemos fuera. En muchos casos la necesidad agiliza la opción de olvidarse de la vaca...
ResponderEliminarEfectivamente Miguel Angel. A veces estamos tan encerrado en sacar adelante nuestra situación actual, que no nos damos cuenta de que podemos, con mínimos cambios, optar otra realidad más gratificante.
ResponderEliminarEs bastante gráfico sobre todo en nuestro querido país. Todavía hay "jóvenes" que se aferran a sus padres y poder vivir con seguridad , quejándose de la crisis sin pensar en la posibilidad de realizar algo productivo alejándose un poco de lo cotidiano
ResponderEliminarSin duda alguna, es ahora en tiempo de crisis donde nos aferramos más a nuestra "vaca", y por desgracia los jóvenes muchos más, cuando deberían ser ellos los que exploraran nuevas posibilidades sin ningún temor.
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