Que mal llevamos lo de tener que
esperar. Todavía no tenemos claro que las cosas llegan cuando llegan. En muchas
ocasiones no podemos hacer nada para acelerar el desenlace.
Da lo mismo la edad que tengamos,
que queremos las cosas y la queremos ya. No os engañéis. Van pasando los años y
lo único que cambia es nuestro pudor, ahora nos daría vergüenza lanzarnos al
suelo a patalear como cuando éramos niños para que nos dieran eso que tanto
ansiábamos, y que no nos hicieran esperar ni un segundo más.
El ser humano lleva mal la
espera, pero sobre todo llevamos mal la incertidumbre. El no saber que va a
pasar nos mata, nos pone nervioso y muchas veces nos atemoriza, nos da miedo.
Este comportamiento se presenta
en todos nosotros, de hecho hay un estudio en la Universidad de Maaschtrich que
refleja este hecho. El estudio se produjo sobre 20 personas, a las cuales las
iban a someter a descargas eléctricas intensas. A la muestra se le dividió en
dos grupos. A uno simplemente le dijeron que iban a sufrir 20 descargas
intensas, mientras que al otro grupo le dijeron que la mayoría de las descargas
serían suaves pero que habría otras más intensas. No les comentaron cuando sufrirían cada una.
Cuando terminaron de someter a
todos los participantes a las descargas se comprobó que la frecuencia cardiaca
y la sudoración del grupo que no sabía cuando iban a sufrir las descargas
intensas, fue mucho más elevada que el grupo que le dijeron que todas iban a
ser intensas.
A este grupo de personas la incertidumbre
por saber cuándo vendría la “mala noticia” (la descarga intensa) les causo una
alteración en el ritmo cardiaco y en la sudoración.
Así somos, preferimos tener todo
bajo control. Queremos que lo que vaya a suceder que suceda ya. O como mucho, que
nos adelante el final de nuestra intriga, que nos cuenten a ciencia cierta que
nos va a suceder. Nos mata que va a hacer el futuro con nosotros, incluso
preferimos tener una mala noticia pero saber que es cierta, que tener la
posibilidad de tener una buena noticia, pero no saber exactamente lo que es.
Pues las últimas líneas de este
post, vengo a reivindicar a la intriga, a la incertidumbre, al esperar, el no
saber si lo que estás haciendo vale para algo. Quiero apoyar a aquellos que le
gustan que la vida le sorprenda, aunque no sea siempre para bien. Deberíamos
hacer un monumento a aquellos padres que hoy en día no quieren saber el sexo de
un bebe hasta que nazca, simplemente porque le gusta vivir con la intriga.
Vivir con la intriga… sí, eso es
lo que debemos aprender. Tenemos que ser capaz de buscar el disfrute al
esperar. Conseguir apreciar los momentos anteriores a la noticia final. Hay que
entender que cada momento de espera forma parte de aquello que va a suceder, y
ser capaz de diferenciar lo que está en nuestra mano y lo que no. Y
sinceramente, hay que conseguir el no preocuparnos por lo que no está en
nuestra mano, porque no vale absolutamente de nada.
Si me permitís, os cuento que
hago yo en los “momentos de espera”… Me intento olvidar de esta haciendo cosas
que si están en mi mano, aunque esté relacionado con otra actividad que nada
tenga que ver con la que estamos esperando.
¿Y tú? ¿Tienes alguna táctica
para llevar mejor la espera? Se aceptan ideas.